0607 - Fuente El Mundo - Entrevista por Irene Hernández Velasco
A Philip Allott, a pesar de haber sido diplomático, nada le divierte más que provocar con sus afirmaciones, a las que sigue siempre un gran desconcierto. Lo "políticamente correcto" no casa con el discurso de este filósofo, empeñado en sacar de su actual letargo a la sociedad occidental
CARGO: Ex diplomático británico y profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Cambridge / EDAD: 70 años / FORMACIÓN: Licenciado en Derecho y Filología Hispánica y Francesa / CREDO: «El único poder por encima de todos los poderes es el de las ideas» / SUEÑO: Una revolución en el espíritu que genere un nuevo mundo más humano / AFICIONES: El arte y la jardinería
Es muy posible que no haya oído hablar de él, pero este británico de maneras delicadas y voz susurrante lleva 30 años siendo uno de los principales protagonistas de la escena internacional. Ha ocupado distintos cargos diplomáticos para el Foreign Office pero, por encima de todo, es un pensador. No es fácil encontrar esa dualidad en su mundo, y es eso lo que hace de Philip Allott un ser privilegiado, con una perspectiva excepcional sobre las relaciones internacionales.
Cualidades por las que la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, uno de los más activos organismos del Vaticano, le invitó hace algunas semanas a participar en su XIII sesión plenaria y a reflexionar en Roma, junto a los más granados intelectuales del panorama internacional (entre los que se encontraba el ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger), sobre los grandes retos que tiene el mundo en estos momentos.
Fue allí donde le encontramos, en los frondosos jardines vaticanos, disfrutando del sol durante una pausa en las reuniones. Pero que el bucólico escenario no confunda a nadie: Philip Allott es un sagaz analista que arremete sin piedad contra algunos de los conceptos más ampliamente establecidos. Incluido el de democracia.
PREGUNTA.- Usted es uno de los más feroces críticos de los sistemas democráticos y capitalistas, a los que acusa no sólo de ser deshumanos, sino de ser formas extremas de totalitarismo...
RESPUESTA.- Como se imaginará, esa afirmación mía suele desencadenar sorpresa y provocar que se enarquen muchas cejas. Pero yo no soy el primero que dice eso; mucha gente hace esa misma acusación a la democracia y al capitalismo. La clave es que ambos son sistemas que contienen en sí mismos sus propios valores, y que, además, obligan a aceptarlos todos si se quiere participar de ellos. Incluso valores de índole trascendental sobre la justicia y la felicidad, por poner dos ejemplos, están interiorizados en este tipo de sistemas, de manera que los ciudadanos que viven en ellos deben entregarles sus mentes. No son sólo sistemas políticos o económicos, también lo son de conciencia. La gente no se percata de ello, pero lo cierto es que sus mentes están determinadas por estos sistemas.
P.- Puede que no le falte razón, pero incluso así es difícil pensar en la democracia como un régimen totalitario como el de Adolf Hitler o el de Stalin...
R.- El totalitarismo tradicional -el del III Reich, el del imperio soviético o el de la China maoísta, se caracterizaba por tomar el control de las personas por la fuerza. La violencia se utilizaba para controlar a la gente y ésta, en última instancia, podía ser disidente en su vida privada; dentro de las cuatro paredes de su casa podía pensar lo que le viniera en gana. En las sociedades teocráticas, el sistema obviamente controla las mentes de sus ciudadanos, pero lo hace en nombre de unos supuestos valores elevados y trascendentales. Lo extraordinario de la democracia y del capitalismo es que controlan la conciencia de sus ciudadanos con valores totalmente pragmáticos. Y es por eso por lo que digo que son regímenes totalitarios.
Totalitarismo significa el control total de la sociedad. En la historia del cristianismo, a excepción quizás de un breve periodo de tiempo en el que la Iglesia controlaba la mente de la gente, no ha habido un totalitarismo total. E incluso aquello no era nada comparado con el totalitarismo actual. El totalitarismo de los sistemas democráticos y capitalistas está tan desarrollado que hasta nuestros deseos están determinados por el sistema. Deseamos, como seres humanos, lo que la sociedad desea que deseemos, y eso es algo increíble. La gente normal no es consciente de ello, pero sus líderes deberían serlo, porque, obviamente, se trata de un gigantesco desafío para la filosofía y la religión. ¿Cómo se pueden humanizar estos sistemas? Ésa es la pregunta a la que debemos dar respuesta.
P.- Pero si la democracia y el capitalismo son unos sistemas así de perversos, ¿cuál sería el sistema al que habría que recurrir?
R.- No me malinterprete. La democracia y el capitalismo, para cuya creación se han necesitado siglos, son unos sistemas magníficos para organizar sociedades complejas. La democracia es maravillosa para organizar la lucha de intereses en una sociedad. Y el capitalismo es extraordinario para crear riqueza. Pero pienso que no son los sistemas definitivos. Como les digo a mis estudiantes, alguien ha creado estos sistemas, gente sentada en aulas que ha pensado. ¿Por qué no podemos nosotros recrearlos, mejorarlos, humanizarlos? Pienso que esa es nuestra obligación.
P.- ¿Y usted tiene alguna idea al respecto?
R.- Yo no sé cómo sería una democracia mejor o un capitalismo mejor. Pero muchos sabemos que estos dos sistemas no pueden ser el final del desarrollo humano. Al menos, no en su forma presente. Y ése es el desafío.
P.- Usted mantiene que cuando la democracia es exportada a terceros países adquiere un efecto desarraigante, ya que provoca que desaparezcan los valores de esa determinada sociedad a causa del totalitarismo del sistema democrático, cuyos valores son incompatible con otros. ¿Puede indicar algún país en el que esté sucediendo eso o haya sucedido?
R.- No quiero señalar ningún país en particular, pero usted sabe que hay muchos en el mundo en estos momentos cuya cultura interna está siendo modificada, si no destruida, por la llegada de este sistema occidental.
P.- ¿Y qué piensa de la idea de George Bush de exportar la democracia al mundo?
R.- Creo que en Europa nos oponemos a las ideas simplistas sobre el capitalismo y la democracia que tienen los estadounidenses. Ellos creen saber lo que son la democracia y el capitalismo, mientras que en Europa nos mostramos más cautos porque somos conscientes de que es un fenómeno muy complejo. Así que, en general, estamos en contra de imponer estas ideas allí donde tienen culturas radicalmente distintas y, a veces, muy antiguas. Piense por ejemplo en China, con una cultura milenaria muy exitosa que está siendo totalmente transformada por la llegada de los sistemas occidentales. En este caso, no es un caso de destrucción de una religión, pero se está tratando de occidentalizar el confucianismo. Yo creo, sinceramente, que el modelo occidental dominará en China, pero a su manera. El problema es tratar de imponer, con la falta de respeto que ello conlleva, un modelo simplista, como pretenden los norteamericanos. Nosotros, los europeos, tenemos mucho trabajo que hacer con ellos.
P.- En su opinión, ¿el fracaso de Irak respondería a esa visión simplista de la democracia?
R.- Sí. Pero creo también que el fracaso se debe a otra cuestión. Los británicos pensamos que las instituciones son algo secundario dentro de la cultura general de una sociedad. Y muchos opinamos que hubiera sido mejor organizar primero Irak económica y socialmente, y decidir luego qué instituciones serían las apropiadas, incluyendo por supuesto el papel del islam dentro de ellas. No se pueden imponer cambios sociales en un país, y menos aún en unos términos simplistas.
P.- ¿Cree usted que el islam es compatible con la democracia?
R.- Ésa es la gran pregunta. Podría ser. Pero el otro interrogante que nos debemos hacer es éste: ¿es compatible la democracia con el cristianismo? La democracia y el capitalismo son algo tan desespiritualizado que, en principio, no lo serían con ninguna religión. Pero eso es algo que deberá resolver el islam, porque lo que parece claro es que deberá aceptar el capitalismo de alguna forma, porque crea riqueza. Cómo se organizará la democracia en los países musulmanes es otra cuestión.
P.- Usted defiende un nuevo sistema de organización. Pero, ¿se refiere sólo a organización económica o habla también de derechos humanos, de justicia social, etcétera?
R.- Como usted sabe, no existe una cultura común en el mundo y, por tanto, por el momento no es posible generar unos valores aceptados por todos. Lo que está ocurriendo es que a nivel funcional están apareciendo aparentes valores comunes, entre los que los derechos humanos son el principal ejemplo. Yo apoyo su concepto, porque son una idea trascendental que debería estar por encima de todos los sistemas, ya que, a fin de cuentas, se ocupan de la dignidad humana. Por ponerle otro ejemplo: se habla de solidaridad con los pobres del mundo. Es lo que yo llamo el talante hipercrítico de las sociedades democráticas, en las que la gente se muestra muy preocupada con la pobreza o con las guerras en el planeta; pero, después, nada se hace al respecto, es increíble.
Todos nosotros, como seres humanos, sabemos que lo que está ocurriendo es injusto, está mal y, además, es absurdo: la explotación, las guerras... En las sociedades occidentales hemos logrado encontrar sistemas muy complejos para reducir la violencia y las desigualdades y, en general, tratar de crear unas condiciones de vida buenas. Pero a escala internacional no hay nada equivalente. Y cada vez es peor la situación.
P.- ¿Nuestra sociedad está en decadencia? ¿Las élites de ahora son peores que, por ejemplo, las de principios el siglo XX?
R.- Hoy en los gobiernos hay gente muy inteligente, magníficos burócratas. Pero el sistema internacional es tan complicado que, en cierto sentido, está fuera de control para todo el mundo. Nadie es capaz de controlarlo, nadie. Los gobiernos continúan fingiendo que dominan las cosas, y por eso hacen conferencias internacionales y aprueban tratados internacionales. Pero la realidad es que el sistema es tan complicado que escapa a su control. El propio George Bush, que parece el actor principal del mundo, puede que no sea consciente de ello, pero es víctima de un sistema de cambios rápidos ante el que pretende reaccionar, aunque no puede. Ni él ni nadie. Todo lo que podemos hacer es reaccionar de manera marginal.
P.- ¿Y quién o quiénes cree usted que liderarán la revolución para cambiar el mundo?
R.- Como filósofo hay cosas que me interesan más que ésa. Pero mi eslogan siempre ha sido que el único poder por encima de todos los poderes es el de las ideas. Quienes gobiernan el mundo también son víctimas de ideas. Alguien inventó el significado de Estado, el concepto de nación... Todo son ideas. Empleo mucho tiempo tratando de convencer a mis alumnos de que el único modo en el que lograremos cambiar todo será a través de las ideas. Y si entendemos los desafíos de la situación actual, quizás seamos capaces de encontrar el modo para solucionarlos. Eso significaría que la filosofía, que desgraciadamente ha sufrido un declive en el siglo XX, habría recuperado su capacidad de generar buenas ideas, que reflejen los valores que realmente tenemos.
P.- ¿Considera usted que la democracia y el capitalismo han sido en parte responsables de ese declive de la filosofía?
R.- Sí, porque estos sistemas no tienen ningún interés en la filosofía. Muchos de sus principales abanderados piensan que las ideas sobre las que se sustentan estos sistemas son naturales, que han caído del cielo. Muchos de ellos son ignorantes, no han hecho el esfuerzo de conocer ni siquiera la Historia.
P.- ¿Qué piensa un británico y experto en relaciones internacionales, como es usted, de la situación que se mantiene en Gibraltar?
R.- Yo creo que la solución obvia a este problema es que Gran Bretaña y España compartan su soberanía. Sería un excelente modelo para el mundo. Ambos países tienen un interés en Gibraltar, y la respuesta inteligente es compartir la soberanía. Pero no sé por qué no lo ponemos en práctica.
«Soy un 'optimista británico'; seguro que saldremos de ésta»¿Es usted una persona religiosa?
- Sí, soy católico desde hace mucho tiempo. Pero le aseguro que no estoy nada satisfecho con el rumbo que ha tomado la Iglesia en los últimos tiempos.
He oído que usted sostiene que la Iglesia tiene una responsabilidad revolucionaria. ¿Qué quiere decir exactamente con ello?
- Que el simple mensaje original del cristianismo era la transformación del ser humano. Se trata de una idea increíble y maravillosa. ¿Por qué no pueden los hombres transformarse a sí mismos en mejores seres humanos? Es un mensaje bellísimo. Pero, desgraciadamente, por alguna razón, la Humanidad no parece haberse transformado. Y si usted echa un vistazo a la Historia, se dará cuenta de que la gente de hoy es bastante similar a la de antes. En algún momento, quizás a partir de la Ilustración en el siglo XVIII, la Iglesia perdió confianza en sí misma. Y yo creo que lo que debería hacer es volver a su mensaje original.
¿Y qué cree que puede hacer para dar la vuelta a esta situación?
- No lo sé. Se me ocurre que, a lo mejor, la Iglesia podría ser mucho más activa, en vez de limitarse a comentar de forma tan educada como ahora las cosas. Pero, sobre todo, debe subrayar más que todo el mundo tiene la posibilidad de ser mejor persona. Creo que la Iglesia debería tener más confianza en sí misma, ser más arrogante, si me permite la expresión. El cristianismo y el islam tienen un gran mensaje común para transmitir, y es que el lado material no lo es todo.
¿Es usted optimista?
- Siempre que doy una charla o una conferencia, hay quienes piensan que soy un terrible pesimista, y otros que me consideran un ridículo optimista. Nadie está muy seguro de lo que realmente soy.
¿Y qué es?
- A corto plazo, soy pesimista. Obviamente, porque la situación del mundo es terrible. Pero, a largo plazo, soy optimista, un optimista británico. Quizás sea una visión muy británica, porque durante 500 años, el Reino Unido ha logrado sobrevivir al caos, al caos infinito. El país ha estado prácticamente acabado una y otra vez, y otra vez, y otra vez... Pero siempre ha terminado saliendo adelante. Así que soy un optimista británico, en el sentido de que estoy seguro de que saldremos de ésta... si somos listos.
Usted se declara conservador. ¿Significa eso que apoyaba a Margaret Thatcher?
- A mí personalmente no me gustaba, pero creo que ha sido esencial en nuestra Historia, ha sido una figura revolucionaria. Transformó completamente la sociedad británica, algo que en el resto de países europeos aún no se ha hecho. Y, aunque parezca increíble, el actual Gobierno laborista ha continuado la revolución de Margaret Thatcher.
LA CUESTIÓN- A pesar de que la sociedad civil se moviliza cada vez más por causas intrínsecamente justas (como la lucha contra la pobreza o el no a la guerra), el panorama internacional sigue siendo descorazonador. ¿A qué atribuye usted esta aparente contradicción?
- La verdad es que mi opinión al respecto es bastante radical, aunque, estrictamente hablando, yo sea un conservador. Algo funciona de forma pésima, y desde hace mucho tiempo, en las élites que gobiernan el mundo. Sólo así se explica la enorme disparidad entre la gente normal -que sabe lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo e injusto-, y esos pequeños grupos de personas que tienen en sus manos las riendas del planeta. Yo siempre he dicho que todas las sociedades han estado gobernadas por oligarquías, y así sigue siendo. Uno de los más inteligentes logros de la democracia es, precisamente, haber hecho aceptable el dominio de las oligarquías. Pero el problema es que a escala internacional esas oligarquías llamadas estados o gobiernos actúan a su libre albedrío. Porque, mientras dentro de sus países, las oligarquías deben aceptar toda una serie de controles, a escala global, no. La legislación internacional está bajo el control de los gobiernos oligárquicos.