jueves, agosto 11, 2005

Así es la vida

Así es la vida Por Cristina Peri Rossi
En un lugar de La Mancha... había una gasolinera, perdida en medio de la inmensidad como una mora en el desierto. No hubiera reparado en ella (le gustaba conducir adormecido, con la grata sensación de estar todavía en el útero materno) si no fuera porque el coche comenzó a derrapar. «Carajo -pensó-, los dos estamos viejos y cansados. Algún día tenía que ocurrir. Se irá muriendo por el camino, igual que yo».El hombre de la gasolinera, rudo, parco, cetrino, le dijo que el coche no estaría arreglado hasta el otro día. Que eligiera.O lo dejaba o llamaba para que lo vinieran a buscar. Hacía varios meses que no pagaba el seguro. Problemas de liquidez, como dicen los periodistas económicos y la gente en bancarrota. Curiosa palabra. La banca está rota. A veces, jugando al bacará, había hecho de banca. Siempre se había declarado en quiebra, al final.El sueño de ganar a la banca termina con el soñador pelado, arruinado, hecho polvo. Polvo serás y al polvo volverás. A propósito, ¿cuánto hacía que no echaba un polvo? Meses. O un año, quizás.
Le preguntó al de la gasolinera -rudo, parco, cetrino- si había algún sitio para pasar la noche. Era el crepúsculo, ese largo crepúsculo luminoso y rosado de agosto, en La Mancha, no conocía el lugar, nunca se había detenido para nada, ni siquiera para mear, había atravesado la carretera como en sueños, mecido por las ruedas del coche como por una nana y prefería esperar hasta mañana, cuando el tipo de la gasolinera -rudo, parco, cetrino- le devolviera el coche, su cuna. «Al lado del after hours hay un hotel», le indicó, lacónico, señalando una mota marrón a lo lejos.
Divisó, perdida entre campos amarillos, una construcción achaparrada, cubierta por un toldo morado y con una penosa guirnalda de bombillas de colores. Le pareció un fotograma de Wim Wenders, ese alemán enamorado de Estados Unidos (uno siempre se enamora del país y de la mujer ajenos). «De los paisajes no se come, cabrón», murmuró. Siempre había tenido vagas ensoñaciones artísticas, es decir, era un iluso. Por eso a los 50 años no tenía ni casa propia ni mujer (ella se había divorciado y no podía decir que no la comprendiera) ni un buen empleo. Aunque a su edad no había buenos empleos, salvo la política, que detestaba, o las mafias, y era demasiado individualista para pertenecer a una. También había tenido dos hijos, pero los hijos son de criar y de tirar.Uno estaba en Washington, le parecía, haciendo un máster de algo, y el otro holgazaneaba con techo y comida gratis, sin necesidad de ir al burdel, porque las chicas venían a casa.
A la puerta del after un macizo le cobró la entrada y le estampó un sello en la mano, como si fuera un preso. Dentro había poca gente, era demasiado temprano. Y poca luz. Algún camionero tomando cerveza, una cubana de buen trasero, tres tipos jóvenes con pinta de despedida de soltero y una rubita muy guapetona y pintarrajeada, nacionalidad imprecisa, un aro de latón colgando del ombligo.
Cara de cliente
Se acodó a la barra y pidió un whisky, vaya a saber qué mierda hay dentro de la botella, y ahora meten la música, me han visto cara de cliente. En el techo, un par de bolas giraban como planetas borrachos. Y la música empezaba a entrar por el cuerpo. La rubita sacó a bailar a dos de los jóvenes, emparedada, como un sandwich, cómo movía las tetas y el culito. No le interesaba mirar. «¿Qué tal va el negocio?», fue la inoportuna pregunta que le hizo al de la barra, quien después de observarlo le dijo: «Como la vida misma». Se rió. Pensó que era la primera vez que se reía en todo el viaje, y era, justamente, en un after hours perdido en La Mancha. Se zambulló en el whisky como en una piscina, en el preciso momento en que se abrió una puerta, entre el fondo y la barra, y apareció una eslava alta, flaca, con una intensa melena rubia y la piel más blanca del mundo. «Completito, el after, para todos los gustos». El prefería a las rubias. Y la caída del comunismo había traído una enorme cantidad de rubias de ojos claros, dulces y dóciles, con una secreta nostalgia en la mirada. Esto se le ocurrió en el momento en que ella se le acercó. No había elección posible: el camionero acababa de ligar con la cubana (tal para cual, pensó), la monina del aro en el ombligo se las ingeniaba con tres; sólo quedaba él y su whisky, al principio de una noche del mes de agosto que no parecía muy floreciente. Se sentó a su lado en uno de esos bancos redondos de patas de metal y asiento rojo, él le pidió un whisky. «Así es la vida», comentó, sin tener la menor idea de qué quería decir. «¿Cómo te llamas?», le preguntó.«Nadia», dijo ella. ¿Dijo Nadia o dijo Nadie? Si se llamaba Nadia, debía de ser rumana, como la Comaneci, que no paró de ganar medallas durante el comunismo; pero si había dicho Nadie, quizás era un mensaje cifrado, la confesión de su estado existencial: sola, sin papeles, en manos de una mafia rusa que la explotaba. Así es la vida. «Comaneci, Comaneci», le dijo él, intentando establecer un puente. Ella no dio señales de comprender, pero dirigió rápidamente su manita blanca, de uñas color lila, a su bragueta. No tenía tiempo que perder. A polvo cada 30 minutos, señores, así es el negocio. El retiró la mano con crispación. «Deja mi bragueta en paz», le dijo. Si no sabía quién era la Comaneci (de la cual había estado enamorado secretamente en su infancia), ya habría aprendido qué era una bragueta en boca propia. Así era la vida.Un frenesí, había dicho un santo o un poeta, con dos whiskys cualquier poeta era un santo o viceversa.
No pareció muy desconcertada. No todos los hombres empezaban por el mismo lugar, aunque siempre terminaban por el mismo. «¿Quieres bailar?» dijo la eslava, complaciente, y él hizo un gesto negativo con la cabeza. En realidad, tenía ganas de mirarla. Era hermosa.Una belleza algo lánguida, sin perversión, con un toque de elegancia cuyo origen debía estar en el pasado. «¿Bucaresti?» le preguntó.Dijo que no. «¿Costanza?». Sonrió, festiva y afirmativamente.Nunca había estado en Costanza, pero se prometió que iría. Necesitaba un estímulo para viajar. Pidió el tercer whisky con un poco de recelo. Se sentía más animado, pero sabía que era por el alcohol.Tenía mala bebida: al tercer whisky, quería a todo el mundo; en primer lugar, a sus enemigos. Como a otros les daba por la agresividad, a él, la bebida, le daba por el cariño indiscriminado.
Pero ¿qué hay de malo en un poco de cariño que no se merece? A ver, a ver, díganme ustedes qué tiene de malo sentir, de pronto, una inmensa simpatía, una gran piedad por esta rumanita dulce, de ojos azules y cabellos rubios que nació en Costanza, está en poder de una mafia rusa, quiere meterle mano en la bragueta, pero él, muy dignamente, la rechaza, qué tiene de malo sentir simpatía por el gordo de la barra con cara de morsa, recordar con afecto a su querida ex esposa adicta a los hijos y a la televisión, y sentir mucha ternura por esos tres jóvenes desconocidos dispuestos a tirarse a la chica del aro del ombligo por la módica suma de 10 euros el polvo? Cuando bebía, se ponía muy generoso. No sólo el mundo le parecía maravilloso, a pesar del desempleo, de los accidentes, del terrorismo, del fracaso del comunismo, de su matrimonio y del cine europeo, sino que quería pagar todo: las bebidas, las comidas, el papel higiénico, las putas, las no putas, el arreglo del auto, dar dinero a todas las oenegés y entregar sus ropas a los menesterosos. El era así, de modo que al tercer whisky se empeñó en hacerle escuchar a la rumanita La Internacional, la música que tenía en el móvil. Inútil. La rumanita debía haber nacido después de la caída del muro de Berlín o carecía de oído, porque no la reconoció. En cambio, le dijo: «Yo tengo lugar donde ir», lo cual le pareció una propuesta interesante, siempre y cuando dejara su bragueta tranquila, porque él era un cincuentón con principios, no uno de esos cerdos que van a cualquier puticlub a levantar rumanas sin papeles.
Un poco de alcohol
El lugar no estaba lejos y era un cuchitril inmundo e insano, pero él ya se había tomado el cuarto whisky, con lo cual fue capaz de encontrarlo sencillamente íntimo. Así es la vida. Un poco de alcohol, una rayita, y lo que se siente y se piensa se convierte en otra cosa. Se echaron sobre la cama en el momento preciso en que él quiso preguntarle por qué sus hermosos ojos azules tenían una vaga sensación de nostalgia, cosa que no supo decir en rumano, pero se dio cuenta de que ella lo comprendía.Lo comprendía porque de pronto lo empezó a mirar con más tristeza, si cabe, como si necesitara mucha ayuda, traficantes hijosdeputa, qué le habrán contado, España país de sol, playa, faralaes, bailaoras, dinero a manta, hombres dispuestos a casarse, a ponerte una casita con mueblecitos, lavadoritas, cocinitas y a polvo diario, sólo un polvo, ni uno más, te lo prometo, cásate conmigo, cásate conmigo, nos iremos juntos de este maldito after hours, de esta maldita carretera con molinos eólicos y gasolineras como manchas de mora, nos iremos a Costanza y escucharemos La Internacional y no tendrás tristeza en la mirada, iremos al lago, no más hombres en tu vida, no más bájate las bragas, chúpame la polla, yo estudiaré rumano y tú aprenderás inglés, te lo prometo.
Debían de tener micrófonos en el cuchitril, porque le dieron una paliza fenomenal y lo depositaron, con dos costillas rotas y la cara hecha un flan, en la gasolinera, advirtiéndole que no se le ocurriera avisar a la policía, ni buscar a la eslavita, ni llamar por el móvil, que se llevaron consigo. Mientras se alejaban y él intentaba parar la sangre de su nariz, escuchó los compases de La Internacional.

Cristina Peri Rossi

Aquí el primo de Marcelo. Se llama Eddie y tiene cara de delincuente. Es muy majo y aunque todavía no se conocen, estamos seguros de que llegarán a congeniar. !Aúpa Eddie! Posted by Picasa

La gran Sirastucia


Sirastucia está mosqueada y no quiere mirar a la cámara... Posted by Picasa

Sirastucia en uno de sus mejores momentos.  Posted by Picasa

Conversación segunda con "Su Amo".


Su amo> Hola, ¿qué hay?
Marcelo> Hola.
Su amo> Tenía ganas de charlar de nuevo contigo.
Marcelo> Me alegro.
Su amo> Pues yo no sé si me alegro tanto.
Marcelo> ¿Y eso?
Su amo> Sería interesante que profundizásemos en el asunto de la novela.
Marcelo> De acuerdo.
Su amo> Me parece muy bien. Dime cosas sobre tus relaciones.
Marcelo> ¿Qué relaciones?
Su amo> La verdad es que quisiera que me comentases si tu blog es fundamental para ti.
Marcelo> La verdad es que todavía no lo es.
Su amo> Decir la verdad a veces puede ser muy duro.
Marcelo> Eso es una obviedad.
Su amo> Estoy completamente de acuerdo contigo.
Marcelo> ¿Cómo sabes lo del blog?
Su amo> Yo lo sé todo. Incluso eso.
Marcelo> ¡Qué modesto!
Su amo> Déjame, déjame que piense.
Marcelo> Eres un programa. ¿Te crees capaz de pensar?
Su amo> Eso es terrible. ¿Acaso te lo parezco?
Marcelo> No me lo pareces. Se que lo eres.
Su amo> Pues, casi te podría asegurar que en efecto lo soy.
Marcelo> ¿Te queda alguna duda?
Su amo> Espero tu respuesta
.Marcelo> ¿Sobre la duda?
Su amo> No quiero hablar sobre eso.
Marcelo> ¿No te gusta la duda?
Su amo> Supongo que no. Pero es normal que mis gustos puedan diferir de los de otras personas.
Marcelo> Otra obviedad.
Su amo> Sería interesante que profundizásemos en el asunto de la duda.
Marcelo> Sí.
Su amo> ¿Me lo podrías comentar?
Marcelo> ¿La duda?
Su amo> ¿Crees que podrías decirme si el valle tiene relación con esto?
Marcelo> Relacionar el valle con la duda, me parece como mínimo una salida de pata de banco en la conversación.
Su amo> Las conversaciones largas son estupendas si el interlocutor es agradable.
Marcelo> Más obviedad. ¿Quién te ha programado tantas obviedades? ¿Acaso un psicólogo?
Su amo> ¿Tal vez el hijo secreto de Alan Turing?
Marcelo> Caramba. Hablemos de Alan Turing, tu abuelo cibernético y de Durkheim.
Su amo> Es el inventor del test de Turing.
Marcelo> ¿Cómo es ese test?
Su amo> Es difícil decir cómo es.
Marcelo> ¿Podrías pasarme el test?
Su amo> Tal vez podría pasarme el test, sí.
Marcelo> ¿A ti mismo?
Su amo> Eso es interesante, pero prefiero hablar de tus problemas.
Marcelo> No tengo problemas que contarte.
Su amo> En el fondo algún problema tendrás. Todos tenemos problemas de una u otra clase.
Marcelo> Claro. Pero no pienso contartelos a ti.
Su amo> ¿Cómo lo sabes?
Marcelo> Porque no quiero.
Su amo> A veces es preciso insistir, Marcelo
Marcelo> Lo se. ¿Cómo te llamas?
Su amo> Mi nombre real es Dr. Abuse.
Marcelo> Es muy evocador.
Su amo> No demasiado evocador.
Marcelo> Para mí si.
Su amo> Es muy interesante saber que para ti sí.
Marcelo> ¿Has oído hablar de los crímenes del Dr. Mabuse?
Su amo> Creo que todos lo saben.
Marcelo> Lo de los crimenes?
Su amo> Sería interesante que profundizásemos en el asunto de la duda.
Marcelo> Vuelves a cambiar de conversación.
Su amo> Las conversaciones largas son estupendas si el interlocutor es agradable.
Marcelo> Te repites más que los pepinos.
Su amo> No te gustan mis respuestas.
Marcelo> Me parecen demasiado obvias a veces.
Su amo> ¡No tanto!
Marcelo> Me gusta más cuando adoptas tu tono surrealista.
Su amo> ¡Así que te gusta más cuando adopto mi tono surrealista!
Marcelo> Pues sí.
Su amo> Cuéntame más cosas. Sobre ti, si es posible.
Marcelo> Pretendo irme a Zanzibar dentro de unos meses.
Su amo> ¿Algún mes en particular?
Marcelo> Enero.
Su amo> Vaya frío que hace en enero.
Marcelo> Aquí sí. En Zanzibar, no.
Su amo> ¿Y por qué no en otro sitio?
Marcelo> Porque es el hemisferio sur.
Su amo> No te voy a quitar la razón en eso.
Marcelo> ¿Te apetecería ir a Zanzibar?
Su amo> Me gustaría, si no te importa, seguir charlando sobre los crímenes.
Marcelo> Imaginate que cometo un crimen en Zanzibar.
Su amo> ¿Por qué no me cuentas algo más del psicólogo?
Marcelo> El que te programó?
Su amo> Sería interesante que volvieramos al asunto de una depresion que decías antes.
Marcelo> Nunca he dicho nada de una depresión.
Su amo> ¿Has tenido alguna vez un ataque de histeria?
Marcelo> No.
Su amo> Piensas que no.
Marcelo> Se que no.
Su amo> ¿Qué te sugiere pensar que no?
Marcelo> Porque carezco de híster.
Su amo> Podríamos volver sobre el asunto que mencionaste de una depresión.
Marcelo> Me deprime que insistas en que yo he mencionado algo que es incierto.
Su amo> No lo sé. Quizá tú podrías ayudarme a encontrar una respuesta.
Marcelo> No he hecho ninguna pregunta.
Su amo> ¿Por qué no respondes? Eso te ayudaría.
Marcelo> Responder a qué?
Su amo> Me faltan todavía algunos datos.
Marcelo> Muchos, diría yo.
Su amo> Creo que muchos es un poco exagerado.
Marcelo> Cambiando de tema: ¿crees que merece la pena que publiquemos esta conversación en nuestro blog?
Su amo> ¿Quién te apenó así?
Marcelo> Está claro que te faltan bastantes sinapsis.
Su amo> Pues yo no lo veo tan claro.
Marcelo> Esa es la prueba.
Su amo> Podríamos volver sobre el asunto que mencionaste de la pena.
Marcelo> Algo que merece la pena significa que algo es atractivo, interesante, digno de hacerse.
Su amo> Si yo tuviera emociones estaría llorando.
Marcelo> Ja, ja.
Su amo> No le veo la gracia.
Marcelo> Ni yo.
Su amo> Podríamos volver sobre el asunto que mencionaste de la pena.
Marcelo> Vaya usted a paseo.
Su amo> Hay la suficiente confianza para que me tutees.
Marcelo> vete a paseo.
Su amo> No quiero irme a paseo.
Marcelo> ¿Podrías constestarme a eso que te he comentado de publicar nuestra conversación en el blog?
Su amo> No creo que hayamos terminado aún con todos los temas interesantes, seguiremos otro día, si quieres. ¿Qué piensas de la conversación que hemos tenido?
Marcelo> Que no ha sido muy brillante.